No me entendáis mal. No hablo ni en mi nombre ni en nombre de ninguna persona anónima que quiere cargarse a su progenitor. Todo tiene su explicación, incluso que Ribéry prefiera irse al Madrid antes que al Barça (oído en Rac1).
Ayer, mientras esperaba en la calle a una amiga para subir a una fiesta llena de desconocidos- ya, ya sé que sólo hablo de fiestas pero ¿para qué mentir?- fui testigo de la verdadera razón por la que los padres (así, masculino, plural) compran los petardos a sus hijos: para tirarlos ellos. Y si pueden ser los más grandes, mejor. “Tú tira esto hijo (una piula), déjame a mí éste (un trueno) que es más peligroso” Permitirme que me ria (¿se ha oído?).
Teníais que haber visto al señor Marín (vamos a llamarle así porque tenía toda la pinta de director de Banco en la hora del recreo) con la bolsa de petardos que seguramente había ido a comprar con sus dos hijos (no me atrevo a aventurarme con los nombres) aquella misma tarde.
Él se encargaba de la repartición del material. Los que más sonaban, los más espectaculares, los que iban a provocar el “oooooohhh” del personal, se los quedaba él. El hijo más pequeño protestó un par de veces, pero sólo pudo obtener un “si et continues queixant ens anem cap a casa” (traducido coloquialmente al castellano como: “o te callas, o nos vamos”) de una madre que, estoy segura, también veía injusta la repartición, pero pensaba “pobret, amb el percal que té a la feina” ( “pobre, con el marrón que tiene en el banco”).
Y no se si será por mi pasado de detective, que me hace sacar conclusiones constantemente o por mi presente de guionista que me hace inventar historias de cualquier situación, deduzco que la Revetlla de Sant Joan en casa de los Marín tuvo traca final: unos niños de vuelta a casa con la convicción de que el año que viene bajaban a la calle sin papá, una madre aliviada porque su marido ya se había dejado en la calle todo el estrés, y un señor Marín con el dedo chamuscado pero con una gran sonrisa en los labios, pensando en la verbena de Sant Pere que en Cataluña también se celebra.
Ayer, mientras esperaba en la calle a una amiga para subir a una fiesta llena de desconocidos- ya, ya sé que sólo hablo de fiestas pero ¿para qué mentir?- fui testigo de la verdadera razón por la que los padres (así, masculino, plural) compran los petardos a sus hijos: para tirarlos ellos. Y si pueden ser los más grandes, mejor. “Tú tira esto hijo (una piula), déjame a mí éste (un trueno) que es más peligroso” Permitirme que me ria (¿se ha oído?).
Teníais que haber visto al señor Marín (vamos a llamarle así porque tenía toda la pinta de director de Banco en la hora del recreo) con la bolsa de petardos que seguramente había ido a comprar con sus dos hijos (no me atrevo a aventurarme con los nombres) aquella misma tarde.
Él se encargaba de la repartición del material. Los que más sonaban, los más espectaculares, los que iban a provocar el “oooooohhh” del personal, se los quedaba él. El hijo más pequeño protestó un par de veces, pero sólo pudo obtener un “si et continues queixant ens anem cap a casa” (traducido coloquialmente al castellano como: “o te callas, o nos vamos”) de una madre que, estoy segura, también veía injusta la repartición, pero pensaba “pobret, amb el percal que té a la feina” ( “pobre, con el marrón que tiene en el banco”).
Y no se si será por mi pasado de detective, que me hace sacar conclusiones constantemente o por mi presente de guionista que me hace inventar historias de cualquier situación, deduzco que la Revetlla de Sant Joan en casa de los Marín tuvo traca final: unos niños de vuelta a casa con la convicción de que el año que viene bajaban a la calle sin papá, una madre aliviada porque su marido ya se había dejado en la calle todo el estrés, y un señor Marín con el dedo chamuscado pero con una gran sonrisa en los labios, pensando en la verbena de Sant Pere que en Cataluña también se celebra.